Monday, April 03, 2006

Also sprach el sr. Núñez

El sr. Núñez tuvo un sueño. Soñó que intentaba entender la teoría de los conjuntos y la clasificación de los seres vivos. Soñó que unas póstulas brotaban de su piel y que tenía una urgencia atroz en sus pantalones por ver a su vecina. Soñó con hamburguesas. Soñó con veinticinco mil hamburguesas. Soñó con veinticinco mil hamburguesas que se zambullían en él. Soñó con su mano, y en su mano una mayonesa estrujándose sobre el pan, y en la otra, pepinos y cebollas. Se soñó solo, y luego el sonido sordo y las voces; el sabor amargo. Soñó una voz, Te llama el jefe. Ahora sus pies corrían escaleras arriba; el sabor amargo. Golpeó la puerta de la oficina, y Pase. Su jefe sentado del otro lado del escritorio, hipnotizado por la pantalla, Tome asiento, y esperó. Luego la oración, la tan temida, la que no quería escuchar, la que tantas veces había escuchado, la que no esperaba:
–La empresa va a prescindir de sus servicios. Un cliente lo calificó con un tres por que usted puso dos pepinos en su hamburguesa en lugar de tres y no le sonrió cuando le dio el vuelto en la caja.
El sr. Núñez sintió el sabor amargo de su boca, la saliva corriendo por la garganta, un terrible vacío en el estómago. Las paredes de acercaban a él, la oficina entera se volvía sobre él, y el ruido sordo.
Sus ojos se cerraron. Ahora estaba agitado sobre la cama. Había sonado el despertador a las siete, como todos los días. Volvió a diez años después, a su habitación atiborrada de libros y papeles.
El café estaba amargo. Buscó ese disco, esa canción que tiene oraciones en subjuntivo y el pronombre relativo lo que, que es pésima, pero no importa. Tomó el sesenta y bajó en Ayacucho. Cruzó la calle, entrando por Juncal. Su estómago tenía aire y el sabor amargo volvía a su boca. Escuchó voces lejanas en el aire cargado, algunos lo miraban. Caminó hasta el baño. Abrió la canilla, puso sus manos en el agua y la juntó con sus dedos. Estaba fría. Se lavó la cara. Se secó frente al espejo, pudo ver sus ojos entre los dedos. Ya no había póstulas.
Salió del baño. No tenía alumnos y eso en cierto sentido se sentía bien. Algo de descanso no le vendría nada mal. Se dispuso a matar el tiempo. Encendió un cigarrillo. Y mientras apagaba el fósforo sacudiéndolo, la voz, Te llama el jefe. El sr. Núñez escupió una bocanada de humo, el sabor a tabaco en la boca, mezclado con el café. Ahora sus pies corrían escaleras abajo; el sabor amargo repitiéndose. Golpeó la puerta de la oficina, y Pase. Su jefe sentado al otro lado del escritorio, hipnotizado por la pantalla, Tome asiento, y esperó. Luego la oración, la tan temida, la que no quería volver a escuchar, la que tantas veces había escuchado, la que no esperaba esa mañana:
–La empresa ha decidido prescindir de sus servicios. Un alumno lo calificó con un tres por que usted le enseñó demasiada gramática; otro lo calificó con un cuatro por que le pareció de mal gusto que usted enseñe canciones que incluyen frases tan graciosas como Yo no quiero que elijas mi champú, La educación es cosa seria, hombre; otro lo calificó con un dos por que es sordo y usted no trajo un megáfono, Cómo no va a tener uno; y otro dice que usted no le sonrió cuando le dijo Hasta mañana; ¿No sabe que esa es una de las normas de la empresa? No importa, no tiene que saberlo, no tiene derecho a saberlo, Eso no le importa.
El sr. Núñez lo miró atentamente. Vio como sus labios se movían, pero no escuchaba las palabras, sólo un ruido sordo. No podía dejar de pensar en el sabor amargo de su boca. No podía dejar de pensar que ya lo había visto en otro lado. Sus pupilas se agrandaron y entonces lo vio, vio ese punto, ese maldito punto donde se concentran todos los tiempos y todos los espacios del universo. Vio las caras de sus compañeros, la de la vecina; su casa; las cuentas que tenía que pagar; los Cuentos de oficina; la luz que había dejado encendida; a Silvio prendiendo fuego a un linyera en una esquina; al portero del edificio que lo veía salir todas las mañanas; y Rajá turrito, rajá; el viaje que estaba planeando; tendría que alquilar una Cama desde un peso; a su madre y su abuela; el camino trasandino; al ciego del último organito; el obelisco cubierto de un forro gigante; los ceniceros arrebatados de puchos; los gatos escondidos bajo la cama; el primer beso esa tarde de verano; a sus nietos; y todo lo que hizo, y todo lo que no pudo hacer y todo aquello que no hará nunca. Pensó en el Sonido y la furia, en el discurso de ese loco, que no significa nada. Pensó en Abelardo y en ese final, para tan sólo abrir los labios y dejar a la imaginación lo que continuaría:
Esto es lo que soy, y eso nadie ni nada va a robármelo nunca.


Myna