Un mundo de pañuelos

Que la vida es un pagnuelo, es algo que ya sabemos, pero, esta vez, mis queridos lectores, no van a poder creer cuán chiquito es. El tiempo puede ser un día cualquiera y el lugar es, por supuesto, la fantabulosa ciudad de Los Buenos Aires, ese lugar dónde todos los senderos se bifurcan y donde todo parece poder pasar. Nuestro personaje puede ser cualquiera de nosotros, pero es él. Otra vez se levanta temprano a la mañana, el café se quema, sale tarde y sube al bendito bondi que lo lleva cada mañana a su desafortunado destino. Los pasajeros son casi siempre los mismos, y a decir verdad, siempre los mismos: mujeres embarazadas y mujeres con niños, hombres que se hacen los dormidos para no dar el asiento, viejos y viejas, y no tan viejas que se hacen las jovenes pero que quieren que les den el asiento y como no se lo dan le hacen sentir a todos que están incómodas mientras se cuelgan del techo. Nada especial, como verán. Nada de Hoy puede ser un gran día y esas cosas. Todos de mal humor, con cara de pocos amigos y ni se te ocurra escuchar un Perdón cuando te pisan, ni un Permiso para pasar. Es en este momento en el que nuestro amigo se hace esas preguntas filosóficas, las mismas que todos nos hacemos en estas circunstancias: ¿que pasó en mi vida para que yo termine en este lugar? ¿dónde quedaron mis sueños? ¿en qué momento me olvidé de que yo quería ser bombero? ¿cómo terminé haciéndo esto? (porque siempre es Esto, eso tan asqueroso que ni siquiera se puede nombrar) ¿cuál es el profundo sentido de la vida? ¿existirán los extraterrestres? ¿por qué no arrancamos? Y no arrancamos: se rompió el motor del bondi, y a intentar subirte al que viene atrás igual de lleno que éste. Y mientras maldecís tu puta mala suerte y te rascás la cabeza y descubrís que te contagiaste piojos ¿qué más le puede pasar? Y siempre puede pasar algo más, y, a veces, hasta pasa. Y pasa que te encontrás con un Alguien, con ese Alguien que decidió traicionar tu confianza, con ese Alguien que decidió sacarte de su vida. Resulta que también está intentando colgarse del colectivo, como él, y resulta que ese Otro lo vió primero y que lo está viendo, pero no amaga. Y ahora la situación incómoda ¿me saludás o te saludo? Y nuestro amigo baja la cabeza y no lo saluda. Cuando logra colgarse de la puerta del bondi, continúa con la reflexión profunda: ¿y si hubiera salido más temprano? ¿y si me hubiera subido a otro bondi? ¿y si hubiera hecho la gran Llamo y digo que estoy enfermo? ¿y si no me hubiera levantado? ¿tenía que saludar o no? Piensa que no. Piensa que el Alguien le robó su derecho, ese derecho que todos tenemos de dar vuelta la cara. Aunque tal vez no la hubiera dado vuelta. Y llega la parada. Y se baja. Y busca los puchos en el bolso. Y descubre que su bolso tiene un tajo. Y encuentra los puchos y la billetera. Y él que no lloraba ni en el cine, que no lloró ni cuando se le murió el gato, en ese momento, en ese preciso momento y no en otro, ahí, antes de subir a la vereda, sacó el pagnuelo por el tajo del bolso, y no tuviste más remedio que usarlo. Es que los pagnuelos son para eso.